Como mucha gente, soy un gran aficionado a la serie de televisión The Big Bang Theory, hasta el punto de que desde hace años casi todas las noches veo un capítulo antes de acostarme. Ayer vi por cuarta o quinta vez el capítulo 15 de la cuarta temporada. En dicho capítulo, el Dr. Leonard Hofstadter, físico experimental, se prostituye literalmente con una anciana millonaria para conseguir fondos para Caltech (Instituto de Tecnología de California), la universidad donde trabaja. Aunque Leonard insiste en que no se acostó con la anciana por el dinero, en Caltech, el rector Siebert y sus compañeros lo aplauden y lo felicitan como a un héroe.
Es evidente que el mencionado capítulo es una exageración que parodia el sistema de financiación de la ciencia, pero que trasluce un problema a nivel global. No conozco casos en que científicos hayan vendido su cuerpo a cambio de financiación para sus proyectos, pero sí es muy habitual encontrar científicos que venden su intelecto a las empresas que los financian. Entonces surge el conflicto de intereses, que redunda en el descrédito de la ciencia.
Competitividad
Esta situación deriva de que el sistema de financiación de la ciencia se basa en los principios y valores de la competitividad. Es decir, se presupone que solamente deben recibir financiación aquellos grupos y proyectos de investigación que sean más competitivos. Y esto no se aplica solo a la financiación privada, sino también a la pública, donde la competición en muchas ocasiones es mucho más dura. Dicho de otro modo, los investigadores tenemos que convencer a las empresas y entidades privadas, pero también a los organismos públicos financiadores, no solo de que nuestras investigaciones pueden serles útiles, sino de que lo serán más que las del investigador de la competencia.
Sin embargo, si la ciencia tiene como objeto el desarrollo humano, la competitividad no solo no supone un incentivo, sino que lo ralentiza. ¿No es evidente que dos grupos de investigación avanzarán más rápido en desentrañar las complejas marañas del conocimiento si cooperan y colaboran que si compiten entre sí por la financiación? Pues para la mayor parte de los organismos públicos de financiación no lo es, ya que promueven la competitividad por encima de la cooperación.
Algo que la mayoría de las personas no sabe es que los organismos públicos de investigación españoles limitan su apoyo a las investigaciones que se llevan a cabo en sus centros a facilitar las instalaciones y proporcionar a los investigadores suministros básicos como luz y agua. Los institutos proveen muy poco más, aparte de una serie de equipamientos comunes que, generalmente, se ha adquirido también gracias al esfuerzo (“cofinanciación”) de los propios investigadores a través de convocatorias públicas a las que concurren. Por poner un ejemplo, en mi centro del CSIC se estima que el organismo solo proporciona el 2 % de todos los ingresos anuales. El resto se obtienen de financiación pública (UE, nacional o autonómica, 68 %) o privada (30 %).
Los centros, en muchas ocasiones, no proporcionan a los investigadores ni siquiera las batas y guantes para trabajar en el laboratorio, ni ordenadores o impresoras para trabajar en los despachos. Esos materiales, además de todos los demás que son necesarios para llevar a cabo los trabajos experimentales, deben ser adquiridos por los investigadores a través de fuentes privadas o públicas en concurrencia competitiva.
Se me ocurre un ejemplo para ilustrar el absurdo de la situación. ¿Qué pensaríamos si los bomberos tuvieran que competir entre ellos para conseguir ingresos para la adquisición de bombas, mangueras, cascos, escaleras, etc. y que solo se financiara a los “mejores” (sobre los criterios para elegir a los mejores hablamos otro día)? Tendríamos bomberos de primer nivel, bien equipados, y bomberos mal equipados, que tendrían que apagar fuegos con las manos. Siguiendo con el símil, se les proporcionaría agua, pero no mangueras, cubos o baldes para transportarla. ¿De verdad alguien puede creer que este sistema absurdo para los bomberos es válido para la ciencia? ¿No se avanzaría más rápido y mejor si todos los investigadores estuvieran bien equipados?
En ocasiones se ensalzan los valores de la competitividad con el argumento de que estimulan la iniciativa y la innovación, aunque no se suelen aportar pruebas científicas que sustenten las afirmaciones. En cambio, hay cada vez más científicos que dudamos de que el sistema de competición realmente permita el avance. Algunos sostienen que el “café para todos” puede ser más beneficioso para el avance científico que restringir la financiación para unos pocos. Otros han llegado a sugerir que, a partir de un nivel mínimo de calidad, y dado que la financiación disponible con fondos públicos es muy limitada, debería distribuirse de forma aleatoria entre todos los investigadores solicitantes.
Ante la escasa financiación pública, se argumenta también que los científicos debemos llamar a las puertas de las empresas y buscar financiación allí. El recurso a la financiación privada puede ser útil y necesario en ocasiones, pero en otras las consecuencias de sufragar nuestras investigaciones con fondos privados pueden generar conflictos de intereses de consecuencias catastróficas para la ciencia y la sociedad. Pero es más, al contrario que en otros países, en España el sector privado tiene muy poco interés en financiar investigaciones científicas. Aunque los motivos son objeto de debate y pueden ser muy diversos, incluso economistas ultraliberales como Juan Ramón Rallo, no pueden dejar de admitir que en este país, las empresas invierten muy poco en I+D+i. Según datos de CCOO, en términos de %PIB, la contribución de las empresas españolas a la I+D+i es negativa. O dicho de otra manera, de forma global, las empresas reciben financiación pública para fines que no son la I+D+i.
La cultura del esfuerzo
En este escenario, a los investigadores españoles se nos pide que seamos más competitivos, hasta el punto de que la I+D+i se encaja en un Ministerio de Competitividad, aunque para ello, como estamos viendo, no se nos proporcionen ni las herramientas más básicas. Y, a pesar de ello, con lo poco que tenemos, conseguimos resultados muy relevantes y somos capaces de despuntar a escala mundial en casi todas las áreas. En el año 2011, España era la décima potencia mundial en publicaciones científicas, aunque mantenía un gran déficit en patentes (fundamentalmente por el desinterés del sector privado).
Lamentablemente, la falta de financiación se está cebando con la ciencia española. En el año 2015 se produjo una reducción en el número total de artículos publicados en el sistema científico español y 2016 va camino de ser peor aún.
¿Significa eso que no nos estamos esforzando? No. Significa que cada vez somos menos científicos y las universidades y centros de investigación se están vaciando. Con menos recursos materiales y humanos para trabajar somos capaces de producir menos, como es de esperar.
¿Cuál es la solución que se nos propone ante la falta de financiación y de personal? La receta de siempre: que nos esforcemos más para ser más competitivos. Lo irónico es que muchas veces los mismos que proponen esas recetas no son precisamente los más competitivos. Recientemente tuvo lugar en mi centro una reunión de todo el personal científico para valorar la situación económica y las consecuencias que estaba teniendo en la falta de personal y en la producción de resultados científicos. En un momento de la reunión, jóvenes (en España eso significa casi 40 años de edad) compañeros con contratos Ramón y Cajal solicitaron que la dirección del centro exigiera al CSIC que se proporcionaran más plazas de científico titular (funcionarios públicos), que es prácticamente la única forma de estabilización posible. La respuesta fue que no había esa posibilidad porque es el CSIC el que decide el número de plazas que se asignan por centro. Otros compañeros senior sugirieron a los jóvenes que se esforzaran más, que trabajaran más duro y publicaran más, para ser más competitivos. Sin embargo, estos investigadores senior con grupos de investigación consolidados desde hace muchos años, no son más competitivos, ya que mantienen tasas anuales de productividad similares o inferiores a algunos de estos jóvenes. Por otra parte, se nos reclama constantemente esfuerzo cuando vemos que, a la hora de la verdad, los contactos y amiguismos son los determinantes para obtener una plaza estable en un sistema marcadamente endogámico.
Y es que la productividad no depende tanto del esfuerzo que hagamos los investigadores, sino de los recursos que se nos proporcionen para hacerlo. Soy consciente de que hay investigadores que han desistido y han dejado de ser competitivos. Muchas veces se les critica por ello, sin tener en cuenta su trayectoria y el esfuerzo realizado hasta el momento. Hace unas semanas la prestigiosa revista Nature, publicó en su sección de noticias los resultados de una encuesta sobre los desafíos de la ciencia. Uno de los datos más llamativos es que casi 2 de cada 3 científicos se habían planteado dejar la ciencia en algún momento. ¿Es de extrañar, dadas esas proporciones de frustración, que haya investigadores que decidan rendirse? Lamentablemente, Nature no dispone de datos específicos sobre España, por lo que desde Ciencia Con Futuro estamos realizando otra encuesta para obtenerlos. Veremos los resultados.
Y, como digo, a pesar de todo, en España somos muy productivos. Extremadamente, si medimos la productividad como resultados (artículo, tesis, libros, etc.) por euro dedicado. No conozco si existen estos datos, pero baste un ejemplo. En el año 2010 invité a un investigador canadiense a participar en un proyecto de investigación que yo lideraba. Cuando me envió su CV para incorporarlo a la solicitud me llamó la atención que teníamos carreras paralelas. No solo teníamos la misma edad, sino que habíamos terminado la universidad el mismo año, la tesis doctoral con un año de diferencia, los dos hicimos estancias postdoctorales de algo menos de dos años de duración y habíamos conseguido nuestras plazas indefinidas casi el mismo año. Las similitudes no terminaban ahí: también habíamos publicado un número muy similar de artículos y capítulos de libros. Pero había una diferencia entre ambos: mientras que él había gestionado aproximadamente dos millones de dólares en proyectos de investigación, yo solo había gestionado 30000 euros. Creo que no es necesario explicar nada más: mientras sigamos en la precariedad de recursos, a mí que no me hablen más de la cultura del esfuerzo y de los valores de la competitividad.
Javier Sánchez Perona (@Er_Pashi)