El mundo científico está cambiando, y la carrera investigadora también.
Lejos queda la visión romántica, vocacional y altruista de la ciencia que recordamos de siglos pasados. Esa ciencia en la que mentor y discípulo buscaban el conocimiento sin más, como una manera de explicar su entorno.
Era cuestión de tiempo
Hoy la investigación ha quedado asociada de forma irreversible a la producción, tanto en cantidad como en calidad (sea lo que sea esa calidad). Y ese cambio también ha afectado y de manera impactante, a la carrera profesional de los investigadores. La dificultad por alcanzar un alto número de artículos de impacto, el número de horas exigidas para poder alcanzar objetivos, una competitividad imparablemente creciente, el desamparo institucional ante problemas serios de acoso laboral, la incertidumbre laboral, los cambios múltiples de localidad o de país, la reducción continua o aleatoria de fondos para trabajar… Mil y un problemas que son el caldo de cultivo perfecto para desarrollar cuadros de ansiedad y depresión (sobrecarga, tristeza continua, pérdida de sueño, pérdida de confianza, sentimiento de inutilidad, síndrome del impostor, etc.). Estas afecciones empiezan a ser comunes en todos los investigadores, pero más en los colectivos más vulnerables.
¿Conoces algún/a investigador/a que sufra o haya sufrido ansiedad o depresión?
Desde hace años, pasamos malos momentos en la investigación académica y esto está repercutiendo en la salud mental de nuestros investigadores, tanto en los jóvenes como en los seniors, en mucho mayor medida que en otros ámbitos o grupos de población.
Se abre el debate
El tema de la salud psicológica de los científicos ha pasado de ser tabú no hace tantos años, a ser un tema recurrente tanto en revistas científicas como en medios comunicación de más alcance. Lamentablemente, siguen existiendo académicos que prefieren mirar a otro lado porque no acaban de ver la relevancia del problema. Otros, con la loable intención de no sembrar desánimo entre los jóvenes que comienzan a plantearse dedicar su vida profesional a la investigación, prefieren evitar el tema. Pero ignorar el elefante en la habitación no resuelve el problema y va siendo hora de que las instituciones académicas intervengan.
Uno de los casos que consiguieron llamar la atención de un mayor número de científicos sobre la salud mental de los investigadores fue el del científico Oliver Rosten, que comentó en los agradecimientos de un artículo el suicidio de su compañero Francis Dolan. Rosten denunció la barbarie psicológica que suponía el sistema postdoctoral y la falta de intervención por parte del mundo académico para dar soluciones al problema.
This paper is dedicated to the memory of my friend, Francis Dolan, who died, tragically, in 2011 […] I am firmly of the conviction that the psychological brutality of the post-doctoral system played a strong underlying role in Francis’ death. I would like to take this opportunity, should anyone be listening, to urge those within academia in roles of leadership to do far more to protect members of the community suffering from mental health problems, particularly during the most vulnerable stages of their careers.
Números preocupantes
“La mitad de los investigadores predoctorales sufren estrés psicológico”.
“Uno de cada tres predocs están en riesgo de sufrir un desorden psiquiátrico”.
“La mayoría de los investigadores predoctorales no han llegado a tener conversación alguna con su jefe en el último año acerca de sus aspiraciones profesionales”.
Son algunos números que se han hecho públicos recientemente y que nos deben hacer reflexionar a la comunidad científica.
we learn by making mistakes that we – and to some extent our students and staff – directly or indirectly end up paying for
¿Estamos buscando soluciones?
En algunos países ya se están dando los primeros pasos para buscar estrategias de intervención para paliar los problemas de salud mental entre la población predoctoral y postdoctoral. No en vano, pronto tendrá lugar la primera reedición del congreso internacional sobre salud mental en posgrado en Reino Unido.
En nuestro país, aunque pocas instituciones académicas han comenzado a abrir el debate sobre este tema, algunas plataformas científicas están organizando eventos destinados a investigadores predoctorales y posdoctorales que no saben a dónde acudir en busca de ayuda psicológica. Como tanta veces ocurre, en España no contamos con estudios representativos que arrojen datos sobre la salud mental de nuestros investigadores, lo que lleva a hacer este tema invisible a nivel institucional. Quizá sea ese el primer paso para comenzar a dar soluciones.
Lo que está claro es que hoy por hoy nuestras instituciones están aún lejos de tener soluciones satisfactorias para intervenir cuando se dan estos casos. Por eso cada uno de nosotros tiene el deber de cuidarse a nivel psicológico y denunciar estas situaciones. No solo para poder empezar a tratar el tema de forma abierta y valiente, sino también para descubrir que hay herramientas que puedes utilizar para mejorar tu salud mental.