La covid-19 supone un desafío a toda la sociedad que, para muchísimos estratos, ha llegado de forma sorpresiva y brutal. Muchos conciudadanos se sienten abrumados, angustiados y hasta engañados por esta interrupción en lo que debería ser una cómoda vida de sociedad del primer mundo. No es este un post de divulgación, pero nunca viene mal recordar que una expansión pandémica de un virus nuevo forma parte de la naturalidad de la vida y debería estar contemplado en la agenda pública como las amenazas ligadas a los cambios del tiempo atmosférico, el cambio climático o los atentados terroristas. Los brotes de nuevas enfermedades se suceden con normalidad en diversas partes del mundo, y en los últimos años hemos estado a punto de caer en la situación actual varias veces (gripe A H1N1, SARS, MERS) sin que los estados se hayan dotado adecuadamente de estructuras de vigilancia y preparación. En esta ocasión, la epidemia de covid-19 es una pesadilla desde el punto de vista médico porque el virus causante (SARS-Cov-2) es muy eficiente desde el punto de vista de contagio, multiplicación y capacidad para subvertir a nuestras células (una alta capacidad de extenderse, causando un mínimo daño a la mayoría de portadores); se ceba con grupos de riesgo y/o determinados segmentos de población; y, además, existe una gran dificultad de seguir su expansión entre un gran número de infectados sin síntomas.
En lo que llevamos de brote pandémico, hemos visto cómo el papel de las estructuras comunes de la sociedad se ha visto reivindicado. Ante una pandemia, como cualquier catástrofe natural, de poco sirve la capacidad económica individual. La política y los servicios públicos han vuelto al centro de la vida. Aquí no hay soluciones individuales o privadas sino colectivas y públicas. En esta emergencia nuestra supervivencia y bienestar pasan por la sanidad pública, la seguridad pública, el transporte público, la limpieza pública y la garantía pública del abastecimiento. Una gran porción de la ciudadanía (desde la persona responsable de un almacén de abastos a la de un servicio médico) salen de sus casas cada día para hacer posible la supervivencia del conjunto. No hay palabras suficientes para agradecer estos esfuerzos.
Dentro de esos servicios públicos que han pasado a situarse en el foco está lo que desde Ciencia con Futuro proponemos convenir en llamar “el servicio público de Ciencia e Innovación” (SPCeI). Un servicio público diverso tanto en disciplinas (de la psicología a la epidemiología, de la ingeniería a la historia, de la sociología a la matemática) como en instituciones (universidades, hospitales, centros tecnológicos, institutos de investigación) o en perfiles laborales (de apoyo técnico, de investigación, y de gestión).
A pesar de las dificultades sobrevenidas, las personas que conforman el SPCeI se han volcado en ayudar a la sociedad a la que se deben, como todo el mundo. Ofreciendo lo que tienen y pueden: esfuerzo, inventiva y medios (laboratorios para análisis, PCR, etc.). Desde CCF queremos reconocer a todos y todas por esa labor altruista y a todos aquellos que no han tenido la oportunidad de colaborar de forma directa, agradecerles también su civismo y comportamiento en favor de las medidas necesarias para contener la pandemia. Estamos seguros de que siempre se puede hacer más. En ese sentido, CCF está intentando contribuir en aquellas cosas en las que nos sentimos fuertes y confiados: distribuir información veraz y de interés público, incrementar la percepción pública sobre la realidad del sector y vigilar el desarrollo de los acontecimientos desde el pensamiento crítico y constructivo.
Hemos considerado que esta labor de difusión y comunicación era pertinente porque en medio de una crisis siempre hay momentos de luz y zonas de sombra. Para algunos, la crisis ha desnudado las debilidades de nuestro SPCeI y han declarado su fracaso. Desde CCF nos negamos a hablar de fracaso pero sí que creemos que se debe atender a los problemas que se están visibilizando: identificarlos y anotarlos para mejorar la reacción colectiva ante los nuevos retos, similares o no, que nos deparará el futuro. Porque el brote actual pasará y habrá que reconstruir lo perdido y seguir avanzando, sin perder lo ganado.
No queremos hacer una relación larga y exhaustiva, habrá tiempo de ello, pero las interacciones entre la Ciencia y la Innovación con los poderes políticos y económicos muestran en nuestro país (y a nivel europeo) evidentes disfunciones que se deben atender:
- Parece inaudito que el Consejo de Seguridad Nacional no cuente, como miembros natos, a los principales responsables de las instituciones científicas públicas (CSIC, ISCIII etc.). No salir de esta crisis entendiendo esto, nos abocará a repetirla. En muchas regiones de España no hay institutos de salud pública fuertes. En ausencia de brotes pandémicos, los investigadores en salud pública son vistos como continuos invocadores del apocalipsis: la contaminación urbana, la obesidad, el sexo sin protección, la falta de arbolado en los colegios, etc. La investigación en epidemiología y salud pública, no solo requiere financiación sino que sus resultados apelan directamente a la inversión urgente y continuada en medidas de corrección y preparación. Peor aún, apelan a que paguemos más impuestos y cambiemos nuestra forma de vida.
- A muchas de las personas que conforman el sector les sorprendió la dificultad encontrada para poner sus capacidades técnicas para realizar los necesarios test de PCR. Lo mismo ha pasado con la producción de ventiladores, viseras y otros elementos de protección individual a través de distintas plataformas tecnológicas. Sin embargo, nuestros laboratorios académicos carecen, por lo general, de acreditaciones bajo los principales estándares internacionales de control de la calidad (certificaciones ISO, clasificaciones de bioseguridad etc.). No es simple burocracia, como se ha dicho. Con formas de operar más estandarizadas, la homologación de sus procedimientos para atender la situación actual habría sido mucho más rápida. Además, el tenerlas repercutiría en una mucha mayor calidad de la ciencia hecha en nuestro país. Mucho se ha hablado en estas semanas de la capacidad de testeo de Corea del Sur. Hay que recordar que aunque sus universidades y laboratorios han contribuido a ese esfuerzo, el papel de sus excelentes empresas biotecnológicas (que se mueven bajo estándares de calidad de los procedimientos de trabajo más exhaustivos) ha sido la clave fundamental. Aquí necesitamos mejorar y construir, porque un sector tecnológico fuerte puede prestar innumerables servicios a la sociedad.
- Es difícil separar lo urgente de lo importante cuando hay oportunidades de negocio delante de ti. Cientos de millones se han liberado, solo en la Unión Europea, para financiar investigaciones sobre la covid-19. Los representantes políticos no dejan de hablar de la “investigación para la vacuna”, pero los números (los pocos que se conocen) apuntan a unas prioridades más diversificadas (UE; ISCIII; CSIC). Las causas de esa disparidad entre voluntad política expresada y adjudicación de fondos puede perfectamente depender de hechos objetivos (mayor necesidad inmediata de tratamientos, menor necesidad de fondos en la investigación en vacunas etc.). Pero los políticos deben ofrecer una información clara. No alimentar burbujas sobre una vacuna que puede estar aún muy lejos, si es que llega.
- En realidad, hay que entender que la Ciencia responde mal a las urgencias. La mayor parte de los proyectos concedidos tienen plazos de ejecución medibles en años. Los resultados tendrán siempre que ser validados y confirmados antes de ser transformados en innovaciones aplicables. Se dice que “El momento adecuado para plantar un árbol es exactamente hace veinte años” y la Ciencia y la Innovación es un árbol de crecimiento lento. Los atajos casi nunca salen bien, sirva como ejemplo la investigación en la vacuna contra la enfermedad de Ébola en la que millones de dólares de fondos públicos (ONU, Canadá, EEUU) han deparado en una patente exclusiva para una compañía farmacéutica que no ha invertido ni el 5 % de lo que costó el desarrollo. Una investigación mal planificada puede llevarnos a una crisis de salud pública como la que se organizó alrededor de la vacuna de la hepatitis C.
- Finalmente, la situación laboral de los y las trabajadoras en la Ciencia y la Innovación se ha visto igualmente amenazada por la crisis actual. Ni más ni menos que otros servidores públicos, los trabajadores del sector se han enfrentado a una falta de EPIs (el riesgo que corre un facultativo o un empleado de limpieza, es parecido al que corre el técnico de laboratorio que procesa las muestras de los pacientes). Como en todos los sectores la Ciencia y la Innovación se ha visto afectada por la parada de las actividades no esenciales. Los ministerios están tomando medidas de forma continua para amortiguar y revertir esa situación, pero es insuficiente. Como ya hemos pedido, se hace necesaria la calma y la valoración mesurada de las medidas.
La Ciencia y la Innovación son actividades humanas al servicio de la sociedad. Desde CCF creemos que es importante fijar en la mente colectiva el reconocimiento del servicio público de Ciencia e Innovación, que nos permite afrontar los distintos retos y problemas a los que nos enfrentamos como sociedad (cambio climático, nuevas energías, reducción de la biodiversidad, nuevas pandemias, etc.). Y hacer entender que, como todo servicio público, el SPCeI debe ser reconocido, cuidado, protegido y vigilado de cerca. Si no protegemos a la Ciencia y la Innovación los desequilibrios derivan en verdaderos problemas que nos dejan indefensos ante amenazas externas. La ciudadanía debería exigir tener el mejor SPCeI posible porque en su correcta función, el SPCeI es necesario para el futuro de nuestra sociedad, para prevenirnos de las amenazas, y proveernos a tiempo de las herramientas necesarias para evitarlas o para atajarlas.