Es tu primer día de trabajo. Estás emocionado/a porque has conseguido entrar justo donde tú querías. Primera reunión con el jefe o la jefa: “Te llevará unos cuatro años aprender a hacer bien este trabajo. Y cuando pase ese tiempo, tendrás que irte.” ¿Irme? “¿Quiere decir que no me seguirán contratando?” “Exacto.” ¡Vaya! “Está bien, vale.” “¿Quién me enseñará?” “Aquí todos sois tratados por igual. Todos estáis cuatro años. El que está en su cuarto año es el que lleva más tiempo, así que es la persona encargada de enseñarte.”
Lo arriba descrito es la típica conversación de una persona aspirante a científico/a al incorporarse a un laboratorio de investigación en España. Sobre el personal en formación recae no solo el grueso del trabajo, sino también la responsabilidad de enseñar a los que vienen por detrás. La ineficiencia del sistema es obvia. Aunque es deseable que el personal joven salga del laboratorio “madre” para completar su formación científica mediante la inmersión en otra línea (o incluso en otra disciplina, o en el extranjero) la incapacidad de los laboratorios españoles para mantener una segunda línea de investigadores implica un riesgo evidente a la continuidad de la actividad, arriesgándose a volver a empezar de cero de la noche a la mañana.
Ese riesgo se manifiesta habitualmente como un lapsus de financiación: si un doctorando termina su tesis antes de que el laboratorio pueda permitirse reclutar a nuevo personal en formación, no habrá nadie para pasar el testigo. Como una planta en sequía, una vez roto el flujo contínuo de doctorandos, el laboratorio se enfrentará a un largo proceso de letargo (del que podrá recuperarse o no). Con todas las dificultades y merma productiva que eso conlleva. Esto es consecuencia de una estructura de laboratorio, la más común en España: con (en el mejor de los casos) varias personas investigadoras en formación y pocos o ningún personal postdoctoral. Contrasta con respecto a la estructura típica de los laboratorios de otros países, en los que la proporción entre personal postdoctoral y predoctoral es más equilibrada, o tiende a decantarse por una mayoría de personal postdoctoral. Los motivos para esta peculiaridad de los laboratorios españoles son variados:
- ausencia de un programa de contratación postdoctoral establecido,
- preferencia en algunos laboratorios por un personal predoctoral
- porque “da puntos” (el número de tesis dirigidas se considera un mérito sin más reflexión sobre la calidad formativa o el destino final de esos doctores)
- y porque los doctorandos son considerados por algunos como más “dóciles y trabajadores”, debido a su vulnerabilidad y falta de expectativas de estabilización.
Todo esto convierte a España en un país exportador de doctores, mientras que otros países son receptores.
El personal investigador con amplia experiencia sufre altas tasas de inestabilidad y tiene un futuro muy incierto en todos los países. Pero la situación de los postdocs en nuestro país alcanza niveles de precariedad que nos diferencian del resto de la UE.
Algunos grupos se dan cuenta de este problema y hacen un gran esfuerzo económico por contratar a un investigador/a con experiencia. En países de nuestro entorno estas personas se convierten en Investigadores Asociados (en contraposición a los Investigadores Principales, que dirigen el grupo). El puesto recibe distintos nombres en distintos países, como “Research staff”, “Associated researcher’, “Assistant professor”, “Research associate”, “Chargé des recherches”, etc. Los laboratorios más grandes pueden llegar a tener varios IAs, cada uno al cargo de una o varias líneas de investigación empleando a técnicos y a personal en formación pre- y post-doctoral. Estas personas se convierten rápidamente en imprescindibles, pues son las que hacen que el laboratorio entero funcione. En el argot del sistema, se dice que el grupo o área tiene entonces “masa crítica”, algo que escasea en nuestro país.
Pero una cosa es lo que sería deseable, y otra lo que termina siendo. En España, estas personas con mayor formación e imbricación en el laboratorio, cuando existen, están todas contratadas temporalmente a cargo de proyectos de investigación a corto plazo (dos-tres años). Estos puestos de trabajo son, deben ser, estructurales, a todas luces. En principio lo deberían desempeñar las mismas personas mientras el laboratorio funcione. O al menos, durante un periodo lo suficientemente prolongado para permitir la madurez de las líneas de investigación. Cada vez que hay que formar a una persona se produce una caída de la productividad de todo el grupo. En derecho laboral español, el Estatuto de Trabajadores incluye medidas concretas para distinguir puestos estructurales y eventuales y evitar que los primeros sean cubiertos por los últimos. Sin embargo, en España tenemos la “gran suerte” de contar con una excepción a dicha ley (fijada en la misma Ley 14/2011 de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación). Así que si trabajas en el Sistema Español de Ciencia e Innovación puedes encadenar varios contratos temporales, dependiendo de la institución contratante.
Como resultado de ese marco excepcional, la figura de IA de la que hablamos no existe en el sistema científico español. Para resumirlo en palabras de estar por casa, nuestro sistema actual contempla sólo tres figuras: el jefe de laboratorio, el aspirante a jefe y el aprendiz. Llegamos por tanto a la conclusión de que existe un eslabón perdido en esa cadena de transmisión de conocimiento que es la carrera investigadora.
Desde Ciencia con Futuro creemos que, en la imperiosa necesidad de impulsar la estabilidad y la profesionalización en el sistema español de Ciencia e Innovación, se hace imprescindible contemplar la creación de esta figura de Investigadores/as Asociados (que ahora mismo no tiene ni nombre oficial en nuestro sistema legal) con la dotación económica y requisitos para el puesto necesarios para darle unas condiciones dignas de trabajo que la hagan atractiva. Un primer paso sencillo en ese camino sería implementar y potenciar la contratación indefinida asociada a proyectos de investigación en los términos del decreto aprobado en 2019 por el Gobierno de España. También sería positivo el establecimiento de un sistema de contratos postdoctorales que permitan un mayor solapamiento en los laboratorios de personal cualificado y ayude a cerrar el hueco entre el puesto predoctoral y las figuras establecidas, incluida la que estamos reivindicando en este post. En este sentido, queda mucho por hacer en la internacionalización de nuestros laboratorios para que España se convierta en un país atractivo de movilidad hacia dentro, y no sólo hacia afuera. La elevadísima volatilidad de dichos sectores redunda en una constante falta de experiencia y músculo institucional en nuestros OPIs, lo que nos coloca siempre en desventaja frente a los grandes buques investigadores europeos.